"Richter" Cuadro sobre el sismo de Ciudad de México
Painting about the earthquake in México City
CAPÍTULO 1
Cuando pensamos en que las cosas en nuestra vida pueden cambiar, casi nunca estamos preparados para la llegada de ese cambio.
Ese 19 de septiembre no era un día común y todos los habitantes de la ciudad de México lo sabían. Se conmemoraba un aniversario más del sismo del 85.
No se trataba de generar miedo por esa razón pero si tener presente un dÍa tan trágico que difícilmente se podría borrar de la memoria de los mexicanos.
A todos nos marco de alguna forma, ya sea a través de la noticia por la radio o televisión en otras ciudades del país o viviendo el caos desde dentro.
Además, unos días antes en la madrugada, un temblor de gran magnitud había sacudido a la ciudad y la gente en general estaba vulnerable a ese hecho que causó una conmoción extraña que no me había tocado vivir durante los cuatro años que llevaba viviendo ahí.
Hay un punto que un temblor se vuelve tan parte de la vida que deja de tener tanta relevancia y hasta llegas a acostumbrarte a una alerta sísmica o a ese pequeño vaivén de un poste o un cable.
Estaba algo anestesiado ante ese efecto sísmico que no me provocaba gran alarma.
Cómo artista hay momentos que marcan etapas de mi evolución o logros que de manera simbólica me abren camino a nuevos proyectos.
Llevaba dos años desarrollándome como escultor con algunas piezas cerámicas y tenía por primera vez la oportunidad de llevar al bronce tres de mis primeras piezas.
Cuando digo que esto es un logro me refiero a lo que se requiere para poder dar este gran paso ya que se vuelve complicado financiar este proceso.
Me había imaginado durante un año que se sentiría ver un bronce hecho por mi. La ilusión estaba latente como esa promesa inquebrantable que te obliga a creer en ti y en que ese dia llegara.
Muchas situaciones se acomodaron para que llegara ese momento, como siempre las piezas siguen acomodándose en el tablero del destino.
Durante los días anteriores por alguna razón posponía mi visita a la fundición, misma que había conocido algunos meses atrás y en la cuál se hizo más fuerte mi visión como artista, de que algún día yo sería quien estaría ahí creando una obra. En esa vista mi mente había volado de un lado a otro y mis emociones se conectaron con cada espacio y proceso de la fundición. Se veía tan lejana la realidad pero el sueño tan cercano y no hay mejor forma de creer en algo que estando frente a ello.
Reviviendo todo esto en mi memoria fue que al fin tomé la decisión de transportar esas cerámicas.
También me costaba mucho el hecho de que quizá podrían romperse durante el proceso del molde ya que meses atrás habían sido presentadas como piezas únicas en mi presentación como escultor en la Universidad de Guanajuato. Imaginar que esas piezas únicas podrían romperse era semejante a saber que uno de tus hijos será mal herido y tu eres el responsable y es que para un artista cada una de sus obras es como un hijo mismo y hay un amor muy grande de por medio.
Sin embargo, siendo consciente de todo esto me di valor y esa mañana emprendí mi gran viaje. Una hora de traslado fue suficiente para estar frente a esa gran puerta de metal.
Recuerdo llevar dos piezas pequeñas en cajas de zapatos con telas alrededor como protección y una más grande en una cubeta de igual forma protegida.
El trayecto no fue fácil por el peso propio de mi equipaje pero admito que esos recorridos con mis piezas justo cuando algo grande está a punto de pasar, se vuelve un ritual sagrado muy íntimo en el que pareciera que acompañara orgullosamente a alguien su graduación.
Abrieron la puerta y me presente ya que era la primera vez que visitaba por mi cuenta la fundición. Explique a una de las personas que trabajaban ahí lo que buscaba y enseguida fui sacando una a una las piezas.
Se trataba de "Onírica", "Olvido" y "Refugio", esta última una pieza de casi nueve kilos y que simbolizaba un momento muy personal de mi vida.
Al instante empecé a escuchar el título de "maestro", el cual se daban entre quienes trabajaban en cada proceso de la fundición desde ese gran oficio y especialidad a la que se dedican y a su vez un título que se da a los escultores y artistas en general.
Me pareció muy curioso recibir ese título que me fue integrando a este mundo de ka escultura en bronce.
Una vez acordado el costo y explicado el concepto, conocí la forma de trabajo y desde ese momento me sentí ya parte de él.
De alguna forma esa era de una manera muy simple, mi bienvenida a tantas aventuras y sueños por cumplir.
El hecho de dedicarme casi quince años a la pintura y sólo dos a la escultura hacia más lejana la posibilidad de que avanzará tan rápido en esta disciplina por ser algo nuevo para mi.
Disfrutaba cada paso que daba por ese lugar y la magia estaba en todas partes. Ese caía era infinitamente hermoso y fantaseaba como ese niño que va a la feria por primera vez. Un lugar de juegos que descubrí y en donde sabia que ocurrirían tantas cosas y tantos sueños que apenas podía mantenerme quieto.
Sin más que agregar al encuentro me despedí, todavía con miedo de separarme de mis pequeños hijos pero deseando que lo mejor pasara para ellos.
La cita siguiente sería un mes después y poco a poco iría conociendo cada paso siguiente.
Salí entusiasmado como nunca antes en mi vida y mi corazón latía tan fuerte que creo que era difícil no sentirlo.
Pienso que tanta intensidad fue lo que provocó lo que minutos más tarde cambiaría mi vida.
Yo aún no lo sabía pero ese día no serían mis bronces lo más trascendente que iba a pasarme.
Algo mucho más grande me estaba esperando para detener mi vida por completo...
CAPÍTULO 2
Cuando estas viviendo el momento más feliz de tu vida puede que sea el preámbulo de algo mucho más fuerte.
Pasaba la una de la tarde de ese 19 de septiembre y yo regresaba de mi visita a la fundicion.
Mi sonrisa era enorme y mi mente distraída volaba sin importar nada más. Mi corazón seguía latiendo muy fuerte porque había logrado mi sueño.
Me encontraba a una hora de distancia de mi taller y la zona era totalmente desconocida.
Caminaba en medio de la calle y era imposible disimular la alegría que había en mi.
Una señora volteo y logró verme, suponiendo quizá que yo no era de esos rumbo.
Fue un gesto inmediato e inconsciente aquel en donde percibió mi presencia a unos metros de ella.
La rebase lentamente y seguí mi camino con toda tranquilidad. Habían pasado tan solo cinco minutos desde que salí de la fundición y fue entonces que ese palpitar que yo llevaba dentro de pronto emergió del pavimento.
La reacción fue espontánea al notar que estaba temblando y tal vez mi respuesta hubiera sido la misma de tantas otras veces, de no ser porque casi al mismo de manera simultánea el movimiento oscilatorio al que estaba acostumbrado se unió a uno desconocido.
El piso empezó a hacer un efecto de empujar hacia arriba y bajar a tal punto que era imposible mantenerse en pie.
La señora que momentos antes había visto estaba teniendo un ataque de pánico y empezó a llorar.
Se paralizó en pleno arroyo de la calle y era tal su miedo que no se daba cuenta el peligro de estar en ese lugar.
Era una avenida de un carril de cada sentido y ambos estábamos muy cerca uno del otro. La única reacción que tuve al verla fue ir hacia a ella y empezar a hablarle de una manera calmada.
Sin embargo, el temblor subía de intensidad y fue ahí que comprendí que la única forma de resguardarnos era sentarnos en el pavimento cerca de la banqueta.
Al principio no me pareció una buena opción porque comencé a ver los cables alrededor y la posibilidad de que uno de ellos cayera por el propio movimiento que aún estaba latente.
Aún así no vi otra salida y preferí permanecer así aunque sentí a los autos muy cerca de nosotros, esperaba que lograrán percatarse de nuestra presencia y evitarán un accidente.
Todo paso tan rápido que no recuerdo a ninguna otra persona y mi vista nubló todo mi alrededor. Me enfoque en esa señora y en que solo de mi dependía cuidar de ella.
El temblor pareció durar demasiado pero claramente uno pierde la noción de todo y los sentidos se alteran por completo.
Creo que tener que mantener mis palabras suaves y pasadas fue la manera en que yo asimile para mí mismo ese miedo que sentía y que se guardo muy en el fondo hasta desaparecer.
Una vez que empezó a regresar todo a la normalidad, varias personas se acercaron a la señora, como si la conocieran decían su nombre.
Se enfocaron en ella y yo simplemente la mire y la deje ahí con ellos, sus vecinos, que serían quienes la ayudarían a llegar a casa.
Camine con una leve angustia más por ese llanto de ella que por lo sucedido. Mi mente se fue despejando y observe a mi alrededor a las personas con el mismo efecto de incertidumbre de cuando no sabes que ocurrió.
Todos sabíamos que no había sido un sismo como muchos otros pero no entendíamos que había provocado más allá del susto.
Las construcciones estaban intactas y no se percibía daño alguno que alertara de la verdadera intensidad con la que ocurrió.
Tan extraña e indiferente fue la transición del caos a la calma que pareció que nunca hubiera ocurrido.
Los autos seguían circulando por la avenida y todos retomaban sus caminos.
Avance unas cuadras más y llegué muy cerca del periférico oriente, iba de las avenidas más transitadas de la ciudad. Esta avenida tiene un segundo nivel soportado por grandes columnas a todo lo largo de la avenida y es donde se ubica en lo alto una ruta del sistema colectivo metro de la ciudad.
La circulación del tráfico era conflictiva desde que llegué a la zona, sólo que esta vez regresaría en una hora pico. Atribuí ese aumento de flujo vehicular a ese horario y el caos normal que es similar en toda la ciudad.
Para mi nada había cambiado, porque todo ese entorno era desconocido y sin más aborde un autobús que me llevaría a casa.
Con el pasar de los minutos notaba que el tráfico nos detenía cada vez más pero no di mucha importancia, incluso me centre en el efecto de dos patrullas que pasaron esquivando autos como en una especie de persecución.
Alteró a todos un poco aquel sonido de las sirenas que se fue alejando y fundiendo en los sonidos urbanos.
Una persona subió al autobús y se mostró muy alerta de su teléfono móvil. Comentó con otro tripulante que al parecer se había desplomado un edificio en la colonia Condesa que es en donde se encuentran los edificios más antiguos y con ese tipo de riesgo por un temblor.
Fue obvio que los demás tripulantes estuvimos atentos a ese mensaje, aunque por inercia volvimos a la cotidianidad de nuestro viaje en curso.
Alrededor de la avenida no parecía verse ningún daño al inicio del recorrido pero pude notar una barda que había caído sobre un coche estacionado. Mi mente justificó el hecho con la teoría de que quizá estaba mal construido aquel muro y era obvio que era mas fácil que se cayera.
Más adelante un local comercial se encontraba con mucha pintura escurriendo dentro de su acceso y en las banquetas por el efecto del movimiento y el peso de las cubetas.
De ahí en más no me percate de otros daños y considere que no era para tanto.
Al instante recibí una llamada de mi padre, quien me preguntó si todo estaba bien. Le mencioné lo ocurrido y que al parecer eran daños menores y no había porque alterarse .
Se tranquilizó con mi respuesta cuando le dije que me faltaban treinta minutos para llegar a casa y que le diría si sabía de algo más.
Ya cercano a mi rumbo decidí por un error de cálculo bajar del autobús algunas cuadras antes y me centre en mi falla y la distancia que aun me faltaba para llegar a casa.
Era la hora pico del tráfico y se sumaba con la salida de los estudiantes en otra avenida muy transitada.
Mi zona era Coyoacán, al sur de la ciudad , donde se encontraba mi taller, dentro del Multifamiliar Tlalpan, que es una unidad habitacional conformada por diez edificios horizontales de cinco pisos y cada uno con 40 departamentos.
Ese conjunto habitacional recién había conmemorado su sesenta aniversario y en esa época era un proyecto muy innovador por la modernidad y diseño de espacios comunes.
Yo vivía en la planta baja del primer edificio de la orilla junto a una avenida de cuatro carriles en ambos sentidos y la vía del Tren Ligero dentro del camellón.
En total esa avenida era de casi 60 metros. En la ciudad de México estas grandes avenidas son monstruos vehiculares que sólo se pueden atravesar subiendo la escalera peatonal. Frente a mi edificio estaba una de esas escaleras y una zona de canchas deportivas con malla ciclónica.
Caminando hacia mi zona que aún estaba muy lejos, empecé a sentir un ambiente raro, entre esas multitudes que se generan cuando evacuan por un temblor y una sensación de desconcierto.
Entre más me acercaba a mi cuadra, se fue despejando la gente y quedé lejos de esa multitud de estudiantes.
Cruce la avenida y llegué a un parque que estaba en contra esquina de mi edificio. Parecía estar más calmado entre más me acercaba a mi taller.
Fue cuando recibí una llamada de un amigo, quien un poco alterado preguntó si estaba bien. La respuesta fue la misma que di a mi padre anteriormente ya que seguía sin notar nada más allá del tráfico y un protocolo de evacuación.
Mi amigo fue insistente y con indiferencia seguía relatando lo que pasaba a mi alrededor. Entre más me acercaba a la avenida fui notando una atmósfera extraña mucho más extraña.
De pronto, me quedé paralizado ante lo que mis ojos apenas podían creer.
Tuve que cortar la llamada abruptamente.
Esa tarde ya nada volvería a ser igual...
CAPÍTULO 3
En nuestra vida siempre recordamos las experiencias de acuerdo a lo trascendente que fueron. Ese recuerdo nos marca y siempre está presente para acompañarnos.
Había llegado al edificio donde vivía en Coyoacán, tras haber sentido ese sismo una hora atrás al salir de la fundición donde deje mis esculturas.
No había impactado en mis emociones ya que durante el trayecto de regreso no notaba un rastro directo.
Aunque sentía una atmósfera de incertidumbre a mi alrededor, para mi había sido el efecto cotidiano tras esos temblores que se viven constantemente en la ciudad.
Esa tarde frente a la gran avenida que colindaba con mi edificio, pude darme cuenta de una escena que me alarmó.
Dos trailers ubicados a cada lado de la vialidad, cerraban el paso a los cuatro carriles respectivamente para evitar el flujo.
Asimismo, la malla ciclónica que resguarda la vía del tren ligero había sido cortada en algunos tramos. Una situación alarmante por el riesgo que esto implicaba ya que las personas atravesaban en multitudes hacia un punto que sitio que aún no descubría.
Este momento me lleno de sorpresa por el caos que empecé a notar a lo lejos. Empecé a ver muchas cubetas en la banqueta y vecinos saliendo nerviosos sin dar explicación alguna.
Yo parecía ser el único que no formaba parte de la escena y conforme me fui acercando a donde la multitud se aglomeraba, empecé a sentir la desesperación en los rostros de las personas.
Mujeres envueltas en llanto sin poder comprender nada observando a todas partes como buscando respuestas.
Fue así que mientras avanzaba al centro de la avenida voltee y descubrí el origen de todo.
Uno de los edificios de la misma unidad habitacional donde vivía se había derrumbado.
La imagen sigue vigente en mi memoria de manera tan clara que reveló en un segundo lo que enfrentaría más tarde.
Me quedé pasmado al ver como tantas personas corrían para ayudar a retirar escombros o simplemente a observar la tragedia.
Un edificio de cinco niveles por cien de largo se había desplomado y de él sólo quedaban las losas encima una de otra, contenidas en una planta baja que soportaba el peso total del escombro de cincuenta viviendas compactada.
Recuerdo haberme quedado en silencio total con los ojos fijos en ese edificio. Al instante pensé que se trataba de un sueño del que despertaba de inmediato. Era real lo que veía frente a mí y lo único que pude recordar de ese edificio fue que tres horas antes había estado frente a el.
Como parte mi rutina desde que llegué a vivir a la Ciudad de México, visitaba una biblioteca que se ubicaba a unos metros de ese edificio.
Muchas ocasiones permanecía por horas en ese lugar, pero ese día mi estancia fue de cinco minutos solamente.
Esta rutina se había foto ese día al igual que mi visita a un supermercado cercano que también era parte de mi plan semanal y que por alguna razón pospuse.
Pensé en esa pequeña posibilidad que se eliminó por ese cambio de mi ruta ya que si hubiera permanecido como regularmente hacia, era muy seguro que yo fuera quien viera el desplome en el momento justo y quizá hasta haber muerto mientras evacuaba la zona.
Siempre que recuerdo todo, me queda ese cabo suelto del impacto personal y emocional que se hubiera provocado en mi tras una escena de esa magnitud.
Mi mente no sabía bien cómo reaccionar y volvió a crear un panorama posible en el cual era mi edificio el que pudo haber caído. Voltee a verlo casi instantáneamente y me di cuenta de lo real que era la idea de que en cualquier momento como parte del efecto de ese temblor, pudiera caer otro edificio, el mio.
La idea de que había tenido suerte en que no fuera mi edificio el derrumbado, me hacía aceptar la posible perdida de mi hogar.
Había sido afortunado en no estar dentro de mi taller, ni cerca de esa zona sino hasta una hora después.
Los ánimos eran muy pesados y la tragedia se sentía entre más me acercaba. Admito que no quise estar donde la multitud por evitar entorpecer las acciones de rescate improvisadas por los vecinos.
Para las cinco de la tarde aún no había autoridades que resguardaran ni siguieran protocolos de rescate.
Por lo mismo era importante tratar de seguir a algunos líderes que pedían apoyo de diferentes manera.
Me mantuve inerte ante el esfuerzo de creer en esa realidad mientras me resguardaba en el camellón.
Las personas desde el otro sentido de la avenida salían de los coches apresurados para llevar agua a los rescatistas improvisados.
Al tiempo que veía esa escena, otra más me inundaba y de manera incesante empecé a quedar envuelto en la tragedia.
Nadie estaba seguro de que decir, simplemente actuaban por instinto para ser parte de la esperanza colectiva.
En donde yo permanecía empecé a ver varios objetos llenos de polvo que me impactaron al instante. Se trataba de muebles y artículos personales que estaban siendo sacadas de los escombros. Fue muy fuerte ver aplastadas las cosas reducidas a fierro viejo lleno de polvo.
Me llamó la atención cuando una persona aventó una bicicleta que tenía una de sus llantas doblada casi por completo.
Me preguntaba a quien pertenecía pero más si esa persona aun seguía ahí dentro con vida.
Veía tan lejana la posibilidad que me inundaba un llanto que quedó atrapado en mis ojos. Empecé a sentir una tensión incalculable y mi cuerpo seguía quieto.
Me tomaba el rostro con las manos como queriendo despertar de esa pesadilla.
No hablaba con nadie porque no tenía idea de qué decir y aunque escuchaba a las personas relatar los hechos, sentía que quería estar solo y lejos de todo.
Algo en mí me pedía que me quedara a entender esto y a reaccionar.
Fue muy triste lo que vería después a unos metros de mi. Un joven que también permanecía un poco como yo pero tanto desenganchado de ese ambiente, tenía la mirada fija en las cosas que se acumulaban en esa parte de la calle.
Recuerdo que note su expresión de alerta al ver esa bicicleta arrumbada.
Sigilosamente y aprovechando el caos, se acercó lentamente y empezó a ver los daños que tenía.
Yo no lo podía creer pero note su deseo de robarla aún sin importar toda la escena y lo injusto de aquel delito.
Se mantuvo un tanto expectante al principio u después tomó valor para moverla unos metros, nos llegamos a ver fijamente pero mi reacción era más de sorpresa que se enojo.
El hombre que minutos antes había aventado aquella bicicleta logró percibir la intención del joven y le grito
.-qué te pasa, vete de aquí, no quiero volver a ver que intenta acercarte a robar.
El joven lo vio asustado y se alejo unos metros y se disperso entre la multitud. Ya no lo volví a ver pero estaba seguro de que lo volvería a intentar.
Una sensación de enojo me lleno por dentro al ver como hay personas que no sienten nada ante estas situaciones más que la oportunidad de ser egoístas y sacar provecho.
Después de ese momento me acerque más a donde todo ocurría. Podía notar cientos de personas amontonadas pasando las mismas cubetas que ya había visto antes de darme cuenta de todo.
Se trataba de cubetas que se llenaban de escombro y que iban pasando en una cadena humana para liberar la zona.
A sí vez junto a la zona afectada, en un árbol una persona en lo alto gritaba que guardarán silencio.
Subía el puño en señal de silencio y con una cartulina pedía silencio.
Ese momento fue impactante porque todas las personas que estaban en ese lugar de manera automática respondían ese llamado.
Esa sería la primera de muchas veces que fui parte de ese silencio. Era estremecedor ver como todos se unían a una señal.
Aún así se sentía una impotencia ante el ruido generado por personas ajenas que tomaban fotografías o comentaban lo su decido. La presencia de dos helicópteros de prensa que volaban cerca de la zona generó un enojo colectivo.
La gente empezó a gritarles para que se fueran, agitando los brazos desesperados.
De pronto un impulso me hizo entender lo que tenía que hacer...
CAPÍTULO 4
Las emociones son impulsos que nos hacen reaccionar antes las tragedias de una manera que nunca imaginamos.
Tras haber descubierto poco a poco esa escena de un edificio desplomado cerca de mi taller, me encontraba invadido por una sensación de vulnerabilidad.
Las personas reflejaban en sus rostros un desconsuelo total y mi mirada había ido cambiando con cada detalle que encontraba en mi camino.
Cerca de mí mientras iba y venía entre la multitud como queriendo pertenecer y no, escuché a una vecina que comentó que había otros edificios destruidos.
Mencionó algo sobre un supermercado a unas tres cuadras que también estaba colapsado. Se trataba de él mismo lugar al que yo pensaba ir en la hora en que él temblor ocurrió.
Mi mente sincronizaba ese destino como uno más de los que no se concretaron en mi rutina ese día.
Me asustaba sentirme acorralado por los daños y me empezaba a crear en mi mente una ciudad abatida que vivía esa escena desde muchos más panoramas.
Yo sólo era parte de una parte de los hechos pero me daba cuenta de que en otros cientos de lugares seguramente estaban pasando tragedias similares.
Mi cuerpo se lleno de estrés y sentí mi cuerpo atrapado en la situación y fue así que desde mi interior una voz me pidió hacer algo para ayudar.
Sin pensarlo me acerque a la fila de personas que a un costado de la zona afectada recibían cubeta llenas de escombro.
No me sentía útil de otra manera y fue así que me integre para ser un eslabón más de esa cadena de ayuda.
Las cubetas iban con tanta rapidez que obligaba a estar atento en todo momento.
Se sincronizaba por momentos la línea de apoyo en dos hileras que por momentos se detenía por algún incautó que tomaba las cosas con calma.
Para mí por el contrario era una necesidad hacerlo con la mayor velocidad ya que entre más tiempo pasaba menor probabilidad había de encontrar sobrevivientes.
Había algunas personas que nos indicaban que teníamos que agilizar el flujo de escombro ya que eran necesarias más y más cubetas.en un área común a unos cien metros del edificio era donde se empezaban a colocar las montañas de escombro.
Cubetas pesadas que en ese momento no me lo parecían, fueron generando un cansancio y algunas lesiones como producto de esa adrenalina que no mide consecuencias.
Mi complexión delgada en una situación normal no hubiera podido ser de mucha ayuda para tal esfuerzo físico, pero era más el deseo de ayudar y querer liberar tanta energía y estrés que mi capacidad de carga aumentó.
Podía sentir como mis brazos y espalda no se daban por vencidos ya que me había vuelto parte de este rescate.
Se nos fueron dando cubrebocas de tela para protegernos del polvo que aún esparcía, creando una nube de polvo café y blanco que nos cubría por momentos.
Por otro lado, algunos vecinos y pequeños negocios se organizaron y fueron dándonos comida y agua para recobrar energías. Era la hora más intensa del sol y la mayoría de nosotros habíamos sido sorprendido sin alimento.
La solidaridad se empezó a percibir desde muchas personas y se empezaron a seccionar actividades de rescate.
Recuerdo que hubo un momento donde comencé a sentir que no era suficiente con estar dentro de esa cadena sino que necesitábamos corregir la ruta y disminuir tiempo de descarga.
Mi mente intentó buscar una solución rápida y empecé a explicar cómo resolverlo. También note que las cubetas se quedaban varadas en las zonas del escombro y fui corriendo para recuperarlas y reactivar ese flujo.
Recordando esas reacciones desesperadas creo que por momentos tuve la atención de un grupo de personas y me volví una especie de líder temporal.
Explicaba que debíamos hacer para ayudar de una forma más eficiente y era escuchado y acompañado en el proceso.
Era impactante mi propia reacción que es inevitable sonreír ante ese coraje que me alimento y en donde quería dar todo lo que estuviera en mis manos.
La tensión y el cansancio iban aumentando y entre cargar, recolectar y correr con cubetas me sentí aliviado de ser parte.
El tiempo fue pasando y yo confirme cambiaba de actividad también me movía de zona.
A las siete de la noche empezaría a oscurecer se y las labores de rescate se complicarían.
Era muy importante acelerar el rescate ya que las primeras horas son las más cruciales para encontrar personas aún con vida.
Esos rescates se habían vuelto la razón de ser ese día y todos estábamos conscientes de que de nosotros dependía salvar esas vidas. Todos y cada uno eramos parte clave como un equipo de desconocidos que se habían vuelto familia.
Las personas que dirigían desde el centro de la zona afectada empezarían a pedir ayuda diferente.
Las cubetas dejaron de ser importantes y ahora se solicitaban lámparas, extensiones de luz y baterías para resolver el problema de la luz.
Para ese entonces comprendí que toda la unidad habitacional se había quedado sin luz eléctrica y pronto esos pasillos se llenarían de oscuridad como un símbolo de la tragedia.
La luz ahora sería esa esperanza latente que permitiría pensar en un futuro para quienes aguardaban entre aquellos escombros.
Pienso que cada minuto que pasaba me alimentaba de esa carga emocional, desbordándose de diferentes maneras.
Fueron las horas más intensas de mi vida pero sin duda creo que son las que más han valido la pena.
Observar como las personas se sumaban a la labor era algo que alimentaba el espíritu y de esta manera se olvidaba el cansancio y el dolor.
Después de permanecer en esa cadena de rescate se disperso la gente y se empezaron a organizar de otras maneras.
El escombro se acumulaba en otras zonas y se empezó a restringir el acceso. Algunos andadores estaban en total oscuridad, lo que generó el vandalismo que aunque no note en ese momento, después sería otra de las preocupaciones de los afectados.
Por mi parte, quería saber en qué otras formas podía ser de ayuda y fue así que recorriendo la zona, me integre a la recolección de víveres en las canchas deportivas justo frente a mi edificio.
Ese sería el centro de acopio improvisado en el cual me integraría en otra cadena de ayuda sobre una escalera peatonal y dentro del lugar almacenando botellas de agua que se separaban de las despensas que se entregaban.
De esta manera la noche transcurrió y no siquiera me había percatado de mi teléfono celular.
Una vez que sentí que mi cansancio me rebasaba, decidí sentarme en la banqueta y observar como sucedían las cosas.
Aún cansado, recorría de ida y vuelta cada sitio para entender cómo estaban ocurriendo las cosas.
Alrededor de las diez de la noche, lograron restablecer la electricidad y se implementaron medidas de seguridad para la zona. Se acordono el área afectada y algunas autoridades comenzaron a llegar. Cuatro ambulancias estaban listas para la salida de algún herido y una docena de médicos coloco sus casas de campaña cerca del lugar.
La multitud se fue dispersando hasta resguardar el rescate. Las señales de silencio que se solicitaban con el puño levantado incrementaban entre más pasaba la noche.
El tiempo parecía desaparecer y todas las miradas estaban atentas a ese lugar. La vialidad se mantuvo cerrada de un sentido y del otro se reabrió para evitar el tráfico y por ende el ruido.
Aún así a mi parecer las medidas eran insuficientes pero esta vez no podía hacer nada más.
Caminando con un dolor intenso en brazos y espalda recibí algunos víveres que me ayudaron a recuperar un poco de energía.
Sin embargo, el estrés estaba dentro de cada musculo y cada pensamiento. Quise saber la hora y encendí mi teléfono. De inmediato alrededor de cincuenta mensajes se habían acumulado a lo largo de la tarde.
Me sentía tan extraño y observado como nunca me había gustado que me vieran. Sería muy cansado recapitular lo sucedido toda esa tarde y decidí al azar contestar algunos.
Sin darme cuenta mi teléfono se descargo y desde ese momento me sentí más solo que nunca...
CAPÍTULO 5
Un instante puede volverse una eternidad.
El tiempo es tan relativo que los momentos de caos pueden duran mucho más de lo que pensamos.
Tras haber sido parte del rescate y la recolección de víveres, me mantuve de pie recorriendo la zona afectada.
Mi cuerpo estaba cansado pero mi mente mucho más alterada por ver tanta movilidad en tan poco tiempo.
Caminaba entre las luces de vehículos, gente acumulada en la avenida queriendo ayudar, rescatistas, vecinos llorando y víveres que seguían llegando.
Durante este vaivén en ese lugar, me fui alimentando un poco de los víveres que me entregaban. Por momentos me sature de los mismos como parte de esa ayuda desmedida de parte de todos quienes observaban mi cansancio y el de otros vecinos.
Supongo que se delataba en nuestros rostros ese estrés de toda la tarde y de la incertidumbre de no saber a dónde ir.
Esa noche el tiempo parecía alargarse al punto que llegue a sentir esa noche como una eternidad.
Sin embargo, al notar que mi cuerpo debía descansar tome la decisión de sentarme para descansar.
Cuando estas entre todo ese caos es difícil descansar la mente y a veces tienes que buscar algo en que distraerte.
En mi caso se trataba de encontrar donde cargar mi teléfono móvil.
Comencé preguntando a algunos policías que resguardaban la zona y ninguno de ellos me permitió hacerlo. Mi intención se desvanecía entre más preguntaba a los alrededores.
Note que llegó un camión de militares a organizar la situación pero más me parecía que sólo estaban haciendo presencia que ayudando directamente.
Se empezó a hacer un acordonamiento más amplio para permitir la salida de alguna ambulancia con sobrevivientes.
Fue entonces que entre esa señal de silencio con la mano levantada a lo lejos se escucharon aplausos.
Fue un momento muy fuerte porque creo todos sabíamos de lo que se trataba. Una persona había sido rescatada y las labores estaban resultando.
La sensación inmediata de escuchar aquellos sonidos a lo lejos provoca una paz interna que equilibra las emociones.
La tristeza desaparece y la nostalgia toma su lugar como ese mensaje esperanzador que te agradece por ser parte de la ayuda.
Es ahí cuando los rostros desencajados empiezan a cambiar y las miradas se cruzan entre sí en silencio, porque saben que todo va estar bien.
La atmósfera se percibe muy diferente cuando se crea ese silencio repentino y cuando la ambulancia avisa su salida con las luces.
Entendería que el tiempo efectivo para rescatar personas vivas se acorta con cada hora y que el uso de maquinaria manual o mecánica es imposible para quitar escombro hasta pasado el momento crítico.
Después de dar el aviso de no sobrevivientes es cuando se permite entrar con apoyo mecánico porque el riesgo a dañar a algún herido debajo de los escombros es mínimo y por eso antrs se tiene que dar un margen de vida.
Nadie de los que estábamos ahí queríamos que ese momento llegara porque significaba el final del rescate.
Los testimonios entre vecinos empezaba a resonar en el ambiente y era así que empecé a conocer sobre algunas víctimas que habían quedado atrapadas. Era la manera más cruel de enterarse de que había conocidos o familiares de ellos ahí dentro.
Hay situaciones que apenas puedo imaginar, como aquella en donde los familiares llegan con los rescatistas para anotar el nombre de algún desaparecido que saben estaba dentro del edificio como resultado de esa rutina inamovible.
Una de las historias que me estremeció por completo fue cuando escuché la situación de dos niños a los que su madre dejó encerrados con llave para salir a la tienda y que fue imposible pensar que hubieran podido salir a tiempo.
Esta historia me parecía desgarradora no sólo por el hecho de saberlos ahí atrapados sino también por el sentimiento de culpa de la madre que descubre la escena trágica al regresar a casa.
También conocí la historia de algunos adultos mayores que difícilmente hubieran podido salir a tiempo ya que parte del caos de ese sismo fue que las alarmas no sonaron a tiempo.
No sabía con certeza que pasó con esas víctimas de las cuales escuché por nombre y número de departamento.
Entre el caos es difícil confirmar si alguno de ellos ese día cambio su rutina como me pasó a mi.
Según recordaba solo 72 horas era el tiempo que se daba para considerar alguna persona viva y de esta manera se conocería el saldo de sobrevivientes.
Por tal motivo desde que alguien se encontraba deambulando en la zona se obligaba a seguir el protocolo de rescate al guardar silencio una vez que se levantaba desde lo lejos el puño sin importar que se estuviera a unas cuadras de la zona dañada. De la misma manera los vehículos debían detenerse y las personas debían dejar de caminar y evitar hablar.
Se paraliza a por unos segundos la zona y después se retomaba la dinámica normal. Esta manera era la más efectiva si uno quería ayudar porque aunque no se estuviera directamente rescatando entre los escombros, era como entregar un poco de esperanza al momento de respetar la señal.
Nadie se negaba a seguir este lenguaje colectivo de apoyo e incluso era una manera de recordarnos que alguien podía estar siendo escuchado muy adentro del escombro y que significaba una vida más. Nos hacía parte de este símbolo de solidaridad que con el pasar de esas horas sería parte de nuestros recuerdos.
Esa noche el cielo estaba nublado y se nos hizo saber que con la lluvia se disminuían las posibilidades de rescate por ser peligrosas para los rescatistas. Recuerdo mi sentimiento de preocupación al ver caer esas primeras gotas de lluvia que tomaban a todos por sorpresa.
Afortunadamente pareció sólo ser un falso augurio o quizá era tanta la energía acumulada de una ciudad herida que logró alejar las nubes esa noche.
Una vez que lograron restablecer la iluminación de la zona, colocaron unos reflectores y en ese momento se dejaron de solicitar lámparas y baterías.
Las labores de rescate se volvían más seguras y sin duda las horas de descontrol habían pasado con cada hora de esa tarde.
En mi búsqueda por un lugar donde cargar mi teléfono, avance del otro lado de la avenida esta vez entre el camellón y las vías del tren, donde seguían acumulando víveres y agua embotellada.
Me acerque a la zona afectada desde el frente, aunque lo más cercano que pude eran unos 40 metros desde los carriles lejanos.
Fue ahí que mis ojos capturaron la escena de ese edificio aplastado con cada una de sus cinco losas y un nivel de planta baja que había quedado intacto ante el peso total.
Se veían rescatistas que caminaban entre el montón de acero y concreto buscando como iluminar entre los espacios o escuchar algún sonido sutil que emergiera desde dentro.
Acercarse más de esa distancia ya era imposible y de hecho estaban empezando a pedir a la gente que apagarán sus teléfonos móviles porque interferir con sus aparatos de rescate que media vibraciones de baja frecuencia.
Era difícil lograr que todos aceptarán esa medusa ya que era el medio más directo para comunicar lo que estaba ocurriendo en otras zonas.
Ya antes había escuchado de dos edificios que acababan de colapsar a unos kilómetros dentro de esa misma zona.
Escuchar esas noticias me dejó helado y empecé a sentirme en una zona de guerra en donde instantáneamente empiezan a caer edificios resentidos por el sismo.
Entre ellos visualizaba el mio y en general toda la zona habitacional ya que si uno había caído eran altas las probabilidades de que hubiera un efecto domino.
Mi mente cansada empezaba a estar dispersa y retome aún así la búsqueda de batería. Me acerque a un coche que se encontraba cerca y pedí me ayudarán.
Eran dos jóvenes que sin dudar me ofrecieron su ayuda sin saber todo lo que para mi significaba ese momento.
Ese fue el primer gesto de solidaridad directo que recibí como damnificado.
Me habían hecho sentir un poco menos solo...
CAPÍTULO 6
Cuando nos sentimos vulnerables solo hay un lugar donde podemos sentirnos seguros...
... en casa.
Durante ese día había viví entre un mundo de emociones para el cuál no había sido preparado. La incertidumbre, la tragedia, la impotencia, el desconsuelo y el dolor se mezclaban por momentos con la empatía, la solidaridad, la alegría y la esperanza.
Uno a uno alteraron mi condición humana sin avisar y me envolvían como un ser indefenso que de por sí ya vivía en esa gran ciudad y había aprendido a estar solo, para ahora tener una prueba final de valentía y resiliencia que jamás espere vivir.
Meses atrás había cumplido tres años viviendo solo y empezaba a disfrutar esa estabilidad como artista. Disfrutaba la gran ciudad y se habrían las posibilidades.
Quería hacer tantas cosas pero no contaba con ese suceso que empezaría a marcarme desde esa primera noche.
En ese coche al que pedí ayuda para cargar mi teléfono se encontraban dos jóvenes que me invitaron a entrar para descansar. Imagino que el rostro empolvado o mi voz débil eran la evidencia de mi situación.
Ellos fueron las primeras personas con quien intercambie emociones desde diferentes experiencias. Les platique que yo vivía en uno de los edificios que estaban en la zona y me compartieron su vivencia desde otra zona.
Me contaron que esta era la tercera zona a donde llegaban para ofrecer ayuda y que venían de otros sitios que tenían el mismo caos. Que desde la tarde se detuvo toda la ciudad y ellos estaban buscando la manera de ayudar aunque era un descontrol total y también estaban agotados.
Fue un deshago colectivo en donde me sacaron de mi zona para informarme como la estaba pasando otras zonas. Yo me había encerrado mentalmente en pensar solo en la tragedia de mi ubicación cuando existían otros edificios en iguales condiciones.
No sabían con precisión de cuántos daños se habían provocado pero si mencionaron que por la tarde dejaron de funcionar transportes públicos y el metro.
Al parecer fue cuando yo llegue caminando a casa cuando como un ajedrez, fueron cayendo edificios y la gente entró en pánico.
Las zonas de la ciudad se quedaron incomunicadas entre sí porque era imposible trasladarse en transporte público y eso generaba impotencia y desesperación.
A su vez, se perdió señal permanente en comunicaciones durante horas en las que no sólo fue físico el caos sino de manera virtual.
Nadie estaba seguro de cómo estaba ocurriendo todo y la única manera de movilizarse era caminando para la mayor parte de la población.
Los coches hicieron su labor de llevar agua embotellada, las empresas de alimentos también se solidarizaron y repartieron lo que estaba en sus manos a quienes ayudaban en labores de rescate. Fui testigo de cómo camionetas de panaderías ofrecían mucha comida para que recuperáramos energías y siguiéramos ayudando.
Se sumaron infinidad de pequeñas empresas o amas de casa preparando alimentos.
Todo esto estaba ocurriendo simultáneamente en toda la ciudad y escuchando esos relatos que ellos me estaban contando descubrí que esto era mucho más grande de lo que creía.
Me sentí tan pequeño en medio de la nada, inconsolable mentalmente pero al menos con la esperanza de que estaba apareciendo mucha ayuda.
Los dos jóvenes me dijeron que tenían que ir a descansar esperando que se hubiera cargado lo suficiente mi teléfono.
Me dijeron que era muy tarde y que me fuera a descansar para lo cual regrese la intención haciéndoles ver que su ayuda había sido muy importante y valiosa para mi.
Salí del vehículo tras treinta minutos y justamente al despedirme pregunte la hora, ante su insistencia de comentar que al parecer era muy tarde.
Me comentaron que eran las 4 am y en ese momento quedé atónito y sorprendido. Claramente mi cuerpo reflejaba tantas horas de cansancio caminando de un lado a otro sin medir el tiempo.
Había escuchado de manera intermitente algo acerca de un albergue pero la verdad es que jamás me informe mas allá de escuchar algunas frases dispersas.
Me sentía tan perdido entre una avenida que no mostraba lógica con el horario y yo ahí sin saber qué hacer.
Estaba tan adolorido que me quede pensando fugazmente en a donde ir. Era obvio que entrar a los edificios no era una opción por el riesgo que implicaba una replica.
Mi mente no tenía respuestas y poco a poco dejé de pensar para quedarme parado sin sentido las luces, los sonidos y mi realidad.
Eran de madrugada y no sabía qué hacer ni a quién acudir. Estaba ensimismado y supongo que lo único que pensé era en ir al lugar donde me sintiera más seguro y protegido.
No se trataba de algún albergue o a un sitio desconocido donde pudiera sentirme ajeno o más extraño.
La única respuesta para ese momento fue entrar a mi edificio y abrir la puerta de mi estudio en esa planta baja.
Se encontraba a oscuras, como abandonado y callado. Parecía un duelo muy íntimo que se estaba llevando a cabo en cada habitación.
Por la tarde había justo después de descubrir el caos, me había dado un poco de tiempo para entrar a ver que daños tenía mi estudio y aunque vi muchos materiales y repisas en el piso, no había grandes afectaciones.
Lo que si puedo recordar que me impacto fue ver algunos de mis cuadros más pesados totalmente inclinados sobre el muro.
Ver esto y el piso lleno de cosas me mostró la escala del sismo y que de haber estado dentro mientras ocurría me hubiera sido muy fuerte.
Agradecí después por no haber vivido en mi estudio este trágico momento que sin duda me hubiera marcado de una forma muy diferente.
Esta vez al entrar de madrugada y ver desde dentro las luces de las ambulancias iluminando mis ventanas, pude percibir que algo había terminado.
Que mi vida jamás sería igual pero que sin importar nada, tenía que permanecer en mi mundo.
Me recosté casi al instante en mi cama y pude sentir ese alivio físico en mi espalda. Volteaba al techo de mi cuarto que estaba frente a la avenida y continuamente se dibujaban siluetas de personas acompañadas con murmuró.
Encendí mi teléfono con una carga de 20 % y empecé a ver algunos videos que saturaron las redes sociales.
Esta vez no quería sentirme observado por tantos mensajes preguntando si estaba bien. Ni siquiera yo sabía la respuesta porque nada estaba claro esa noche.
Después de ver algunos videos de edificios colapsando decidí apagar mi teléfono porque me di cuenta de que no me hacia bien nada de eso.
Tenia la noticia afuera de mi ventana y a la vez estaba siendo parte de la misma.
Yo sabía que entrar a ese edificio a pasar la noche era una muy mala idea por las probabilidades que había de un derrumbe.
Fue ahí que comprendí la lección más valiosa que me dio la vida como artista.
No existía mejor refugio para estar a salvo que entre mis cuadros porque ellos solo me tienen a mi.
Esa madrugada cerré mis ojos cansados y me aferre a mi mundo. Pasara lo que pasara estaba donde quería estar desde siempre y si no salía vivo de esa noche al menos estaría rodeado de lo que amaba.
Esa noche dormí profundamente entre esos sonidos que se fueron desvaneciendo lentamente.
No sabía si despertaría ni como, lo único que sabía es que necesitaba estar así, en mi estudio...
... mi hogar
Fin
Oliver Martínez